Jacques Lacan

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La teoría de medios en su vertiente alemana esconde, por así decirlo, un vínculo exquisito con el psicoanálisis y, más aún, con el post-estructuralismo. Digo esconde, porque aunque las producciones contemporáneas de tales teorías no hagan explícito dicho vínculo, éste aparece inevitablemente al desenredar las madejas genealógicas que las cobijan. Y digo exquisito, no para proferir un juicio estético sobre aquello que pudiera ser delicioso a los sentidos, sino para anunciar la sutileza y precisión de la concatenación que une la ideas levantadas allí con los hallazgos desplegados acá.

En suma, la cuestión es más o menos simple: una teoría de medios cuyo objetivo es problematizar rigurosamente los modos en que las tecnologías y las máquinas emergen y se despliegan en las culturas, encontró en el psicoanálisis, por una parte, una forma de desentrañar cómo tales tecnologías, tales máquinas, llegan hasta la mente humana; y por otro lado, en el post-estructuralismo, un espacio de pensamiento para conceptualizar cómo los lenguajes dan cuenta de dichos tránsitos y arribos.

Y en todo ese embrollo hay una triada que parece fundamental. Se trata de la así llamada distinción metodológica desarrollada por el pensador francés Jacques Lacan –el señor de la foto–, la cual habla de los registros de lo real, lo simbólico y lo imaginario. Puesto en palabras simples, tales registros permitirían dar cuenta de los modos en que la mente humana se sitúa y percibe su mundo.

Así, un clásico caso para ejemplificar lo anterior se encuentra en el así llamado estadio del espejo descrito por Lacan. Un niño pequeño se enfrenta a un espejo y, a diferencia de la gran mayoría de los animales del mundo, reconoce en el reflejo que ve allí la imagen que tiene de sí. Y aunque el asunto es algo más complicado, tal estadio se puede explicar a través de la señalada distinción metodológica de la siguiente forma:

a) El niño está en una habitación que lo contiene y constituye su situación presente pero que sin embargo, por su estructura mental y la capacidad limitada de sus sentidos, él es incapaz de percibir y mensurar del todo. Este es el registro de lo real.

b) El reflejo en el espejo, un fenómeno físico dependiente de materialidades técnicas y circulación de señales lumínicas, atraviesa —porque el niño pasará siempre por alto los lenguajes y procesos que determinan tales materialidades y dicha circulación— toda su atención. Este es el registro de lo simbólico.

c) La imagen en la cual el niño finalmente deposita su atención y que coincide con la que él mismo tiene almacenada en su memoria, es lo que, al fin de cuentas, se convierte en información significativa para su ser. Él está ahí —eso es él—. Todo lo demás (a)parece en aquel momento, como irrelevante o bien, secundario. Este es el registro de lo imaginario.

Pero ¿por qué sería esto importante para nosotros que tan sólo queremos pensar (en) las máquinas, conocer sus configuraciones y tal vez volver a convocar sus modos de existencia? Pues superada esta valla psicoanalítica y post-estructuralista (muy poco se dijo al respecto), volvamos a las teorías de medios y, más aún, apuntemos nuevamente a Friedrich Kittler, quien es al fin y al cabo el responsable de incorporar estas ideas al campo de los estudios de medios.

Las tecnologías mediales, dice Kittler, se caracterizan por poseer tres condiciones: ellas transmiten, procesan y almacenan información. Esto es así particularmente desde 1936, cuando Alan M. Turing conceptualiza la así llamada Máquina Universal; es decir, el computador. Antes de aquello, la tecnología poseía sólo capacidades de transmisión y almacenamiento de información —así lo hicieron el gramófono, el cine, y sus antecesoras—. Sin embargo, una vez que el computador emerge y se instala en las sociedades modernas, la capacidad de procesamiento maquínico despliega un giro epocal.

Mientras el gramófono trasmitía señales vibratorias que antes eran almacenadas como surcos en una superficie y el cine transmitía señales lumínicas que permanecían grabadas químicamente en una cinta de celuloide, el computador surge para procesar sistemas de símbolos; series matemáticas de ceros y unos. Atrás queda la fisicalidad del surco o de la emulsión fotográfica que son copias análogas —analogía— de lo real. La base de la información es, de ahí en adelante, completamente abstracta y por lo mismo distanciada de toda circunstancia real humana —he ahí el giro—.

Esto constituye antecedente suficiente para levantar la conjetura que señala que la mente humana queda desde aquel momento sujeta a las máquinas. Es por ello que Kittler se apresura en señalar que la triada lacaniana de lo real, lo simbólico y lo imaginario debe acoplarse con la suya propia y así comprender que todo lo que los humanos perciben y conocen está sumido en un acoplamiento cuyo juego enlaza la capacidad maquínica de transmisión con lo real, la capacidad de procesamiento con lo simbólico y, finalmente, la capacidad de almacenamiento con lo imaginario.

En suma, ya no se trata de niños pequeños y espejos. Ahora, lo que alguna vez fue llamado humanidad queda enlazada a ese juego de relaciones donde las informaciones transmitidas en y desde lo real, deben ser procesadas en tanto que símbolos que una vez almacenados, configurarán definitivamente nuestro imaginario —uno que esta vez, de modo radical, es sólo maquínico—.

PD: Esta distinción metodológica, clave para aquellas y aquellos interesados en investigaciones sobre cultura de medios y sus teorías, fue desarrollada de manera magistral en el artículo El mundo de lo simbólico – un mundo de las máquinas de Friedrich Kittler. Allí, además, encontrarán un centenar de referencias que sólo enriquecerán sus búsquedas.