Norbert Wiener

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El pensamiento cibernético está teniendo un interesante y a la vez excitante resurgimiento en algunos campos de estudio –particularmente en aquellos, tal como era previsible, donde se busca impulsar con fuerza los desarrollos y asociaciones transdisciplinarias en torno a las tecnologías y las culturas mediales. Resurgimiento digo, no para sostener que tal campo haya permanecido en una suerte de destierro en el último confín del conocimiento, sino para enfatizar el hecho que, luego de su origen de posguerra y su consiguiente articulación en las décadas de 1950 y 1960, en tanto que campo científico dorado al interior de algunas de las más prestigiosas universidades de occidente, ya hacia la segunda mitad de los años 1970, la cibernética iniciaba una silenciosa huída, o bien expulsión, desde las corrientes académicas predominantes, para aferrarse de ahí en más, tan sólo, y especialmente a partir de la década de 1980, a iniciativas periféricas.

Pero eso parece estar cambiando, y no son pocos los esfuerzos que se acumulan en centros de pensamiento de renombre cuyo objetivo es, al fin de cuentas, levantar una lectura contemporánea sobre las enseñanzas que la cibernética y los cibernetistas nos heredaron. Esto ocurre, sin embargo, en circunstancias que tienen al menos dos características que podríamos catalogar como nuevas. Primero, esta vez los esfuerzos no provienen desde las ciencias exactas y/o biológicas como ocurriera originalmente, sino –por el contrario– de golpeadas y así, por necesidad, renovadas esquinas de las humanidades devenidas luego en campos híbridos o semi-híbridos; a saber, por ejemplo, las humanidades digitales, las teorías de medios, algunos estudios de literatura, cierta filosofía de la técnica y la cultura, y las artes mediales.

Segundo, esto no ha ocurrido de golpe ni de manera concentrada, sino a través de focos dispersos, muchas veces radicales, y que han tardado al menos veinte años en desplegarse –tal vez por ello sea posible conjeturar que su desarrollo corre paralelo a, y sea consecuencia de, el ingreso de Internet a la vida intelectual y académica. Algunos ejemplos de esto son el Cybernetic Culture Research Unit fundado en 1995 en la Universidad de Warwick –donde podríamos situar el origen del aceleracionismo y el realismo especulativo–; parte del trabajo de Claus Pias, quien ya el 2003 iniciaba la publicación de sendos volúmenes recopilatorios sobre las Macy Conferences –serie de conferencias donde en los hechos, de manera amplia, se fundó la cibernética–; la extensa investigación de Andrew Pickering sobre los desarrollos cibernéticos en Gran Bretaña –que iniciándose en 1998, vinculara tales trabajos con estudios psiquiátricos, para concluir en la publicación el año 2009 del libro The Cybernetic Brain–; el también amplio trabajo doctoral sobre Cybersyn de la investigadora estadounidense Eden Medina –que comenzara temprano en la década del 2000 en MIT, para terminar en la publicación de su libro Cybernetic Revolutionaries el 2011, cuando Medina ya había asumido un puesto como profesora de historia de la informática en la Universidad de Indiana–;  y algunos ciclos de discusión más contemporáneos como el acontecido el 2017 en Nueva York llamado simplemente Cybernetics Conference, o el que tuvo lugar en abril y mayo de 2018 en Berlin bajo el título de Aktualisierung kybernetischen Denkens, o en español, actualización del pensamiento cibernético.

Todo ello, como es posible notar, ha ocurrido en el hemisferio norte. Y aunque desconozco si iniciativas similares se están llevando a cabo en Latinoamérica, me atrevería a asegurar que en Chile al menos, no existe ningún esfuerzo formal por avanzar en estos asuntos al interior del mundo universitario. Nuevamente entonces, nos estrellamos violentamente con una paradoja, pues no poco le ha dado lugares como Chile al campo de la cibernética. Recordemos que el biólogo Humberto Maturana participó, junto a importantes figuras del área, de desarrollos clave de ésta, y a pesar de haberse opuesto de manera insistente a ser considerado un cibernetista, su cercanía con Heinz von Foerster por una parte, y su larga y fructífera colaboración con el también biólogo Francisco Varela por otra –la cual decantara en importantes obras tales como De máquinas y seres vivos, hacen difícil no mencionar su nombre a la hora de abordar este asunto. Más aún, nuevamente, la historia del proyecto Cybersyn es todavía un caso paradigmático para comprender los alcances de la cibernética en contextos sociales y culturales específicos, y por lo mismo éste ha sido y sigue siendo investigado –aunque, otra vez, por académicos europeos o estadounidenses.

La pregunta es entonces, ¿hasta qué punto es importante, o incluso urgente, retomar las discusiones que iniciara la cibernética, ahora también en el contexto académico latinoamericano? Pues si consideramos que los problemas culturales y sociales que parecen haber traído las exponenciales y cada vez más complejas relaciones entre individuos y tecnologías asoman como un asunto transversal, ingresando y preocupando –de maneras diversas y muchas veces dispersas– también a nuestra región, entonces tal vez concordemos en que la respuesta a dicha pregunta es al menos de carácter importante, en su grado máximo. Y por cierto hay evidencia para señalar aquello. Desde Latinoamérica,  para grupos académicos situados en los estudios culturales, y de modo más particular en los estudios de género, el trabajo de la pensadora Donna Haraway y su influyente texto A Cyborg Manifesto: Science, Technology, and Socialist-Feminism in the Late Twentieth Century, emerge una y otra vez, aún hoy, como trayectoria crítica para leer la posición de la mujer en las culturas mediales. Por otra parte, los investigadores de la región concentrados en estudios de medios –los cuales aún permanecen, casi siempre, cercanos al periodismo y los estudios de comunicación social y de masas— han puesto ya su atención en las redes sociales, donde, de seguir una trayectoria lógica, toparán inevitablemente con asuntos tales como bots, machine learning e inteligencia artificial –aunque aquello parezca todavía dominio de otros campos.

Sin embargo, en Latinoamérica –en sus campos artísticos, humanísticos, y de ciencias sociales–, pareciera todavía faltar un último giro para cerrar el ciclo que permita el reingreso de la cuestión cibernética. Me permito esbozar entonces, sólo a través de enlaces, tres caminos: por una parte, existe una entrevista que la revista alemana Der Spiegel le hiciera a un tardío Martin Heidegger en 1966, donde éste señala que el lugar de la filosofía debe ser ocupado, de ahí en más, por la cibernética; por otro lado, recientemente se ha avanzado desde la teoría de medios, en trazar vínculos entre el trabajo de Friedrich Kittler –de quien ya hablé antes— y algunas de las primeras teorías cibernéticas; y por último, el pensamiento cibernético también puede encontrarse en la obra de Vilém Flusser, tal como lo señalara Phillip Gochenour en el journal Flusser Studies.

En suma, todo indicaría que un retorno y actualización de las enseñanzas que dejara la cibernética, es un camino infranqueable para repensar la condición humana en tiempos de comunicación y control en el animal y la máquina. Así, con prontitud, debemos comenzar a trabajar en tal asunto.

PD: Como es claro, no he ahondado en los planteamientos cibernéticos propiamente tales aquí. He optado por partir señalando su posibilidad de reingreso y relevancia en los debates contemporáneos. En una próxima entrada, no necesariamente la siguiente, que llevará por título Cibernética [2], ingresaré en materias específicas de dicho campo, sobre todo con el afán de mapear sus despliegues –acaso históricos– y relaciones conceptuales.