Rene Descartes
Arrow drawn by Descartes. Source: Department of Mathematics, Harvard University.

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Pensar las máquinas, convocarlas, (de)construirlas, re-situarlas —todas tareas de investigadores de medios, de alguna filosofía, de artistas mediales y, también, de ciertos ingenieros y diseñadores— requiere de una aproximación radical en dos sentidos del término: por una parte, radical en tanto que descentramiento que permite visualizar la noción de máquinas más allá del entendimiento clásico que las caracteriza sólo como procedimientos técnicos para el suplemento del trabajo, pasando así por alto sus alcances en el orden del saber —su tekné y su lógos—, en el dominio de lo percibible —su aesthesis—, y así también sus despliegues y papel en la cultura; y por otro lado, radical en tanto que dimensión interna de las máquinas contemporáneas, cuya articulación más íntima está en el orden simbólico de esa ciencia madre que es la matemática —acaso la mathesis de Foucault (1968, p.77).

Tal señalamiento permite e invita quizá a realizar una breve nota sobre ese segundo sentido; aquel que, por así decirlo, habla del lenguaje propio de las máquinas.

Para tal propósito partamos por recordar algo que usualmente los humanistas olvidan: la palabra radical refiere al símbolo de la raíz cuadrada (√). Este simple recordatorio, lejos de ser anecdótico, permite iniciar un viaje histórico que nos lleva hasta el filósofo y matemático René Descartes, quien en 1637 publicó, como apéndice a sus Meditaciones, el trabajo llamado La Geometría. Allí, en el tercer libro de dicho texto, el francés escribe, por primera vez en la historia de la ciencia, que para ciertas operaciones matemáticas con radicales, las raíces resultantes “no son siempre reales sino a veces solamente imaginarias” (citado en Kittler, 2017, p.134). Tal afirmación fue tan significativa para el saber occidental, que, se sostiene, habría abierto de todo un campo de las matemáticas; aquel que complementando el dominio de los números reales, describe el espacio de los números imaginarios.

Con todo, no es el objetivo de esta nota ahondar en los alcances puramente matemáticos de tal asunto. Más bien, lo que se busca es apuntar a las implicaciones que aquello pudo haber traído al saber en general y, más específicamente, a ese apartado desde cual queremos indagar en lo que llamamos, desde las teorías y estudios de medios, máquinas.

Así, si lo sistemas de símbolos a través de los cuales estas máquinas operan se sustentan en una teoría del orden formada por regímenes reales y regímenes imaginarios, entonces, efectivamente sería posible trazar conexiones entre tales máquinas y —tal como esbocé en una nota anterior— la distinción metodológica desarrollada por Lacan para sintetizar el proceder de la mente humana y, con ello, la situación del ser humano en el mundo.

Puesto de otro modo, los dominios de lo real, lo simbólico y lo imaginario son, desde el arribo e instalación de las máquinas en tanto que Máquinas Universales (ver nota al respecto), no sólo una espacio de la mente humana, sino el campo dónde tales máquinas se despliegan. Más aún, es por esto que podríamos llegar a decir que hoy —un hoy que tiene más de ocho décadas—, lo real y lo imaginario ya no es aprehensible ni moldeable por el así-llamado ser humano, quien tan sólo queda sujeto a lo simbólico.

Indagar en estos complejos, conocer su implicancias, es la empresa en la que quiere avanzar esta idea de radicalismo; la cual, ya anunciada por Kittler hace más de veinte años, es hoy ampliada por lo que Wolfgang Ernst ha llamado arqueología de medios radical, y cuya extensión y aplicación es presentada en un artículo reciente que la revista catalana Artnodes ha publicado, también en español.

Mucho más se podría decir al respecto. Sin embargo, cerremos por ahora sólo con una consideración más:

i = √-1